La incompetencia se respira en la empresa pública igual que en la privada, como el sobaco en un gimnasio

26. septiembre 2024 | 

Inevitable y a veces tan fuerte que no hay manera de ignorarlo.

¡Fíjate!

Hay una metáfora que dice que los políticos son como una vaca en el tejado: nadie sabe cómo semejante animal llegó tan alto. No lo digo yo, lo dice la metáfora. Pero, si lo dijera yo, da igual, porque la historia ha demostrado que es verdad. ¡Aunque sea una metáfora!

Y ojo, las vacas no solo llegan al tejado en la empresa pública; también se encuentran en la privada. Te cruzas con cada vaca que te hace pensar: “Madre mía, tanta vaca y tanto tejado”.

En mi pueblo solemos decir «mucho cacique y poco indio». Porque, en las tribus indígenas, el cacique es el que manda, y solo hay uno para tomar decisiones importantes. Él organiza y supervisa todo: lo social, lo económico, lo político, e incluso lo espiritual. Además, representa a la tribu en asuntos externos, como alianzas o negociaciones.

Luego están los ancianos, que asesoran al cacique, los subcaciques, que lideran grupos más pequeños, y el palabrero, que se encarga de resolver conflictos de manera pacífica. El palabrero, especialmente en culturas como la wayúu de Colombia y Venezuela, no necesita la fuerza; solo la palabra. Es un maestro en mediar, preservar la paz y mantener las tradiciones.

Y ahora dirás, ¿qué tiene que ver una tribu indígena con la incompetencia en la empresa pública, privada y los sobacos? Pues mucho.

Fíjate, fíjate, fíjate.

El palabrero en la tribu usa su única arma, la palabra, para resolver conflictos. En cambio, en la empresa, el «palabrero» moderno hace justo lo contrario: crea caos, se las arregla para figurar y aparentar que sabe más que los demás. Lo peor es que no soluciona nada, y su incompetencia es tal que, cuando habla, disipa cualquier duda de si sabe lo que hace.

Los caciques modernos, en cambio, son más bien como vacas en el tejado. Todos dan órdenes, pero nadie se pone de acuerdo. La mayoría cree tener siempre la razón, sobre todo si son ingenieros. Y que conste, no tengo nada en contra de los ingenieros, ¡solo que son así!

Hay una caricatura de Dilbert que lo deja claro: habla del «don» de hacer cosas pero sin habilidades sociales. Y ahí está el problema. El principio de Peter dice que la mejor manera de perder a un buen empleado es promoviéndolo a un cargo para el que no está preparado. Era excelente en su trabajo técnico, pero eso no significa que sepa liderar.

Lo que pasa es que la gente suele ser promovida por lo bien que hacía su trabajo, no por sus habilidades para gestionar personas. Y ahí empieza el problema.

Todo se puede aprender, dicen los psicólogos, y estoy de acuerdo. Pero, ¿qué es mejor? ¿Ser el mejor en lo que se te da bien, o matar tu éxito al alcanzar la cima solo para empezar de nuevo en algo en lo que quizás no seas tan bueno?

Volviendo a Dilbert, hay un diálogo entre jefe y empleado que lo dice todo:

  • Jefe: No has cumplido con tus metas este mes.
  • Empleado: Estoy esperando que otros lo hagan por mí.
  • Jefe: Yo creo que es tu trabajo asegurarte de que los demás hagan lo que tienen que hacer.
  • Empleado: Yo esperaba que usted lo hiciera por mí.

Y luego están aquellos que se creen superhéroes y hacen de más, trabajando gratis. Supervisan lo que no les corresponde, y eso también los hace incompetentes, porque lo que no es de tu competencia, ¡no es tu trabajo!

Ser incompetente no es solo hacerlo mal, es hacer lo que no te toca también. Esa gente que vende su alma al trabajo y luego no entiende por qué, si siempre fueron tan leales, acaban siendo dejados de lado. Leales a todo… menos a sí mismos.

Finalmente, todos —tanto en la empresa pública como en la privada— terminan con los sobacos bien hediondos. Y es que la incompetencia, como el sudor, se acumula, se siente, y se huele. Así que, si quieres sobrevivir entre caciques, palabreros y vacas en el tejado, más te vale hacer algo: ¡ponte desodorante! Porque una cosa es ser incompetente y otra es ir apestando por los pasillos… y eso, querido, no lo arregla ni una promoción.

 

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