Clave
21. julio 2024 |
Fíjate. Fíjate cuál es la clave. ¿La clave de qué o para qué? Lee. Es importante para tu bienestar como madre.
Mi hija se fue a Hamburgo en marzo, ¿y? Bueno, que necesitaba una maleta más grande.
¡Sí! Y por eso mi hijo quería también una maleta más grande, entonces compramos dos.
No una, dos.
Una para mi hija, que la necesitaba en marzo, y otra para mi hijo, que la iba a utilizar seguro en el próximo viaje.
Cuando llegamos a casa, se pusieron a jugar con las maletas y a colocar las claves. Lo hizo mi hija, que es súper inteligente, y ayudó a su hermano a poner la clave de tres dígitos con combinaciones del uno al cero para su maleta.
Lo hizo dos veces.
No una, dos.
¿Por qué?
Porque yo dije que no podía poner la misma clave del garaje en la maleta. ¿Por qué no? Hasta más fácil era… cosas de mamá divergente, y por eso la volvieron a cambiar.
Todos repetimos la clave: mi hija, mi hijo y yo. ¡Ya la habíamos memorizado! Bien, muy bien.
Mi hija se fue a Hamburgo, mi hijo no.
Mi hija sí, con su maleta y su clave bien aprendida para poder sacar la ropa cuando llegara a Hamburgo.
Mi hijo esperaba ansioso poder usar su maleta por primera vez y preguntaba todos los días cuándo nos iríamos a un hotel de vacaciones.
Un mes después, decidimos ir a conocer Venecia. ¿Qué fue lo primero que hizo mi hijo? Buscar la maleta.
Estaba cerrada, con su código que había puesto y habían cambiado dos veces. Solo que se le había olvidado a él, a mí, a mi hija. A mi esposo no, porque no estuvo en el momento de codificarlo, pero si no, también se le hubiese olvidado.
Y tuvo mi hijo que hacer algo que no quería: viajar nuevamente con la maleta del conejo Félix. Pero como a la fuerza ni los zapatos entran, le prestamos una más de adulto para que empacara su ropa.
Hoy justo dimos con la clave. Bueno, yo no, el papá de mis hijos, o sea, mi esposo. Sí, ha dado con la clave.
De la maleta. No de otra cosa que te estás imaginando. ¡Ha dado con la clave de la maleta de nuestro hijo!
Venga, hombre, la clave de una maleta. ¿De verdad? ¡Sí!
¿Y a mí qué me importa eso, pensarás? A mí dime la clave para comprar bitcoin más barato, para ser rico sin trabajar, o la clave para comprar acciones que me hagan ganar más dinero. Bueno, fíjate, aún no lo sé, pero ten en cuenta que si lo llego a saber lo voy a escribir y lo voy a publicar por aquí, en mi web, para que todos se beneficien.
¿Cómo la encontramos? Y ahí te doy la importancia de aprender, pero aprender cosas que sirvan, como estadística e inteligencia artificial, para poder hacer las preguntas correctas.
¿Estadística para aprender la clave de una maleta? ¡Sí! ¿Has puesto atención a lo que te dije arriba? En estadística hay una cosa que se llama «combinaciones», y lo primero que me vino a la mente fue la maestra María Begoña, una vasca que me dio clases de estadística en la universidad.
Así que le dije a mi marido como si estuviera en clases de estadística: ¿Cuántas combinaciones posibles tenemos que probar si el código es de 3 dígitos y van del 0 al 9? Su respuesta fue:
Analizando el costo por las horas que vamos a estar probando códigos y según el precio de las horas de trabajo, tenemos dos opciones: compramos otra maleta o vamos a la aduana para que nos presten la llave y la podamos abrir.
La idea de la aduana fue la mejor, imaginándome yo llegar con una maleta vacía o no, porque sonaba vacía, pero mi hijo es creativo, no vaya a haber adentro algo raro, y diciéndole al policía de inmigración: Señor policía, ¿sería usted tan amable de utilizar su llave y abrir la maleta de mi hijo, que jugando colocaron una clave que nadie recuerda y la queremos usar para las próximas vacaciones?
No, no me lo planteé ni un segundo, de la misma manera que no me planteé gastar otros euros de más por no querer probar las mil combinaciones.
¡Sí! 1000 códigos. No uno, no cien, ¡MIL CÓDIGOS!
Como estamos en la era de la IA, no iba a tomar lápiz y papel para ponerme a escribir todas las combinaciones. Aunque me gusten mucho esas dos herramientas.
¿Qué hice? Me senté en mi computadora, le pregunté a la IA las combinaciones, las copié en Word, las imprimí y empecé de abajo hacia arriba a probar códigos, es decir, del 999 al 000.
Nos fuimos a dar un paseo, al regresar no le dije a mi esposo que yo había llegado al 888 y que no era ninguno de esos 200, entonces él empezó por el 000 sin saber que yo ya había intentado doscientas combinaciones.
¿Por qué yo empecé de abajo hacia arriba? Porque yo sabía, y lo había repetido varias veces, que el código tenía un 7, 6 o un 9 en algún lugar, quizás 1, porque era el mismo del candado de su bicicleta.
La respuesta era siempre: el código es de 3 dígitos, y mi respuesta era que estaba segura de que era un número tonto con secuencia de dos números y que uno de ellos era diferente, el del principio o el del final. Mi hija decía: «tiene un 8», y yo decía que no.
Al llegar al número 761, se ha abierto la maleta.
He de felicitar a mi esposo por haber dado con el número y a mí por tener la maravillosa idea de imprimir la lista que nadie quería ver con los 1000 números.
Ahora tiene otra clave, que ya olvidé y que espero mi hijo recuerde.
¿Cuántas claves has tenido que anotar desde que hay que registrarse hasta para sentarse en el WC? Y no es broma.
Estamos en crisis de atención.
Es lo más caro, es lo que más cuenta: atender y desaprender.
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