La Despedida

17. diciembre 2024 | 

Gracias a Dios! Olía a cenicero

Las despedidas son odiosas.

No me gustan. Uno se pone histórico y empieza a recordar hasta el color de las medias que llevaba puestas cuando…

Nos encanta vivir en el recuerdo, en el pasado, pero la verdad es que cuando alguien se va, algo de nosotros se va con ellos. Da igual si se mueren o si simplemente cambian de lugar.

Se crean momentos, se crean rutinas, se crea un vínculo. Se crea una vida.

Y si nos quedamos lamentando lo que fue, no dejamos espacio para lo que será. Cerramos la puerta al crecimiento, a todo lo bueno que está por venir y, sobre todo, a esas cosas que nos obligarán a cambiar (sí, esas que no nos gustan nada).

Lo que más se extraña es la risa. La felicidad compartida que, muchas veces, viene en una frase o en una conversación cualquiera.

Ahora bien, hay despedidas que son gratificantes. Por ejemplo, cuando trabajas con alguien que huele a cenicero.

El que se sienta aludido, que pase de largo.

Nadie quiere estar cerca de alguien que, cada vez que habla, te ofrece una caja de Belmont. ¿No sabes de qué hablo? Google lo sabe. No te acostumbres a que te expliquen los chistes.

Esas despedidas no duelen. Pero también está la otra gente. La que llega para hacerte la vida más chistosa, incluso entre la desgracia. Los que te muestran los grises, las diferencias, los que te abren la mente (no tanto, que se te caiga el cerebro).

A esa gente solo queda agradecerles y desearles lo mejor.

Abrir los brazos para lo que está por venir. Para aceptar, aprender y avanzar.

Así que: adiós a los ceniceros, bienvenidas las velas.

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